Zahi Hawass, el todopoderoso ministro egipcio de Antigüedades, que durante décadas parecía situarse por encima del bien y del mal, ha acabado, como la mayor parte de los que cultivaron —y se vanagloriaron— de sus fuertes lazos con los Mubarak, a los pies del movimiento surgido en la plaza «Tahrir».
El hombre que ha manejado los destinos de la arqueología en Egipto durante décadas fue destituido ayer de su cargo en medio de la remodelación del Gobierno del primer ministro, Esam Sharaf. En su lugar se ha designado a Abdel Fatah el Banna
Hawass, secretario general del Consejo de Antigüedades, fue ascendido a ministro tras la revolución del 25 de enero, y siempre ha sido un personaje polémico. Ataviado con su eterno sombrero de ala ancha —de ahí su apodo del «Indiana Jones egipcio»—, ha sido un gran luchador contra el expolio de los yacimientos arqueológicos de su país y por el retorno de las antigüedades robadas y sacadas de Egipto a lo largo de décadas. Sin embargo, según sus más feroces críticos, Zahi Hawass también ha utilizado su cargo para promocionarse a nivel internacional, para supuestamente «enriquecerse» —deberá aclararlo la Justicia—, y dirigir cual déspota el ministerio.
Así, el propio Hawass se convertía en director de muchas de las excavaciones que tenían lugar en Egipto, a veces sin estudiar ni uno solo de los artefactos o descubrimientos que se hallaban en los yacimientos, según explicaron a ABC varios arqueólogos. Críticas que siempre exigieron el anonimato ya que un mal gesto o una palabra en contra del que ha llegado a proclamarse más poderoso que un faraón egipcio podía significar la rescisión del permiso.
La polémica sobre Hawass también se extiende a las «exclusivas» sobre descubrimientos arqueológicos que el funcionario otorgaba a los grandes canales científicos como Nacional Geographic o Discovery Channel, que pagaban a cambio auténticas fortunas. Sí se sabe que recibe anualmente de Nacional Geographic más de 141.000 euros como «explorador residente», según «The New York Times».