La antigua Abedju (en copto Ebot o Abot) fue el lugar de enterramiento más importante del país a comienzos del Período dinástico, y ha dejado huellas de asentamiento que se remontan hasta el Período Predinástico de Nagada I. La importancia política de la ciudad de Abydos y sus relaciones con la capital del nomo Tjeny (tal vez la moderna Girga) resultan menos claras.
El templo del dios de la necrópolis local Jentamentiu (“Primero de los occidentales”, es decir, soberano de los muertos) fue un centro religioso importante en las primeras dinastías. Durante las dinastía V y VI, el dios fue asimilado al Osiris originario del Bajo Egipto, y en el Imperio Medio, Abydos fue el centro religioso de mayor veneración popular de Egipto. Los “misterios de Osiris” en los que se reproducía ritualmente la muerte y la resurrección del dios, atraían a peregrinos de todos los rincones del país. Mucha gente deseaba participar en las ceremonias de ultratumba como símbolo de su participación en la resurrección del dios Osiris, y construían pequeños cenotafios en ladrillo y erigían estelas en el área intermedia entre el templo de Osiris y os cementerios. Estos, que se extendían en una zona de 1’5 Km. aproximadamente al suroeste de Kom el-Sultán, hasta el templo de Sethy I, son mucho más extensos que otros yacimientos funerarios locales.
En el Imperio Medio los faraones empezaron a construir cenotafios en Abydos, cosa que culminó en la XIX dinastía con los templos de Sethy I y de Ramsés II. Las tumbas privadas del Período tardío tienen, por lo general, en Abydos unas pirámides de ladrillo con un remate piramidal en piedra (pyramidium).
Los enterramientos de perros o chacales, ibis y halcones datan de finales del Periodo grecorromano y también se encuentran en Abydos.
Las primeras tumbas reales
En 1895-96, É. Amélineau excavó una serie de tumbas que contenían objetos con los nombres de los primeros faraones dinásticos en Umm el-Qa’ab (“Madre de cacharros”, así llamada por la gran abundancia de cerámica hallada en la zona). Tras las campañas, un tanto insatisfactorias de Emélineau, en 1900-I, reemprendió la excavación del yacimiento W.M. Flinders Petrie. Se descubrieron monumentos de todos los faraones de la I dinastía y de dos pertenecientes a la II dinastía (Peribsen y Kha’Sejemuy). Las superestructuras de las tumbas se han perdido, y sólo quedan las fosas de ladrillo alineadas con hileras de enterramientos subsidiarios. Los hallazgos son magníficas estelas en piedra con los nombres de los faraones, y pequeños objetos como sellos de arcilla, rótulos en marfil y ébano, fragmentos de vasos en piedra y trozos de muebles. La tumba de Dyer acabó siendo considerada como la propia tumba de Osiris y estaba rodeada de cerámica votiva de la XVIII dinastía y posterior.
El cementerio se remontaba a los comienzos de la I dinastía, y pudo haber sido también el lugar de enterramiento de los reyes de finales del Período Predinástico.
Quedan también otros restos de las primeras dinastías cerca de las tierras de cultivo, en el área del templo de Osiris. Son cementerios que rodean áreas despobladas, que pueden haber sido construcciones provisionales levantadas allí para las ceremonias funerarias de algunos faraones. El Shunet el-Zebib, un sólido recinto de adobes a escasa distancia del desierto, se pensó que era una versión monumental de una de aquellas áreas, tal vez el antecesor del recinto de la pirámide escalonada de Sakara. Un monasterio copto, sito al norte, también parece haber sido levantado sobre los cimientos de muros gigantescos pertenecientes a las primeras dinastías.
La ciudad y el templo de Osiris
El centro de la antigua ciudad amurallada es el montículo llamado Kom el-Sultán. La característica más importante debió ser el templo, dedicado primero a Jentamentiu y desde la XII dinastía a Osiris. El templo se construyó en ladrillo, con sólo algunos elementos en piedra como las jambas y los dinteles de las puertas. Ello explica que algunos restos sean de comienzos de la I dinastía; como el fragmento de un vaso del faraón Aha, y de numerosas figurillas de hombres, animales y reptiles en piedra y cerámica. A partir de Jufu, de la IV dinastía (una estatuilla de marfil, que en el único retrato que de él se conserva), se han encontrado testimonios de casi todos los faraones del Imperio Antiguo hasta Pepi II. En el Imperio Medio, Nebhepetre Mentuhotpe probablemente añadió al templo existente una pequeña capilla, y a partir de entonces existen testimonios de muchos faraones hasta bien entrada la XVII dinastía. Entre los pertenecientes a la XVIII dinastía llevaron a cabo obras de reconstrucción Amenofis I, Thutmosis III y Amen-Hotep III, estando representados los principales ramésidas, y sobre todo Ramsés II, por un templo completo que se encuentra en las cercanías, mientras que en el Período tardío destacan Apries, Amasis y Nectanebo I. Es probable que el templo continuase funcionando hasta el Período grecorromano. El yacimiento de Kom el-Sultán está rodeado por muros macizos de adobe levantados en la XXX dinastía.
Templos-cenotafios reales
Los templos-cenotafios son templos mortuorios secundarios de sus respectivos constructores, al servicio de las divinidades regulares y al culto del faraón difunto e identificado con Osiris. Son varios los templos de la XVIII dinastía que conocemos por los textos, pero que no han sido localizados.
El templo de Sethy I (el “Memnonium”) tiene planta en L extraordinariamente alta, pero su disposición interior no deja de ser una simple variante de la norma habitual. Tiene dos pilones (el exterior perdido casi por completo) con dos patios y pórticos de pilastras, seguidos de dos salas hipóstilas y de siete capillas sucesivas. Avanzando hacia el sur, las capillas estuvieron dedicadas respectivamente a Sethy I, Ptah, Re-Hor-ajty, Amón-Re, Osiris, Isis y Horus.
La capilla de Osiris conduce a una zona dedicada al culto del dios, que discurre a todo lo ancho del templo y que comprende dos salas y dos series de tres capillas a Osiris, Isis y Horus. Su característica más extraña es una estancia con dos pilares, trazada de modo que resulta totalmente inaccesible. La ampliación meridional del templo contiene estancias para el culto de los dioses menfitas Nerfertum y Ptah-Sokar, así como una galería en la que hay un magnífico relieve de Sethy I y de Ramsés II echando el lazo a un toro y, en el otro lado, una de las pocas listas de los faraones de Egipto, que en aquel lugar servía para el culto de los antepasados regios. La galería conduce a una serie de despensas. Frente a esta ampliación se alza un palacio de ladrillo con despensas y almacenes que probablemente se utilizaban para las visitas del faraón durante las fiestas.
Los relieves en las partes interiores del templo, que fueron completadas por Sethy I, son de una finura excepcional. Las zonas exteriores, que incluyen la primera sala hipóstila, fueron completadas por Ramsés II, sobreponiéndolas en muchos casos a la obra de su padre. Detrás del templo de Sethy I, y sobre el mismo eje, está un cenotafio propiamente dicho. Tanto en la planta como en la decoración (debida principalmente a Merneptah) se asemeja a una tumba real. A él se llega desde el norte a través de un largo corredor inclinado. Las estancias principales son una sala que imita una isla y otra que recuerda a un sarcófago con un techo astronómico. Los macizos arquitrabes de granito sólo cubren una parte de la sala-isla, quedando abierto el centro. Fue pensada como una recreación de las aguas primordiales –la isla estaba rodeada por el agua del abismo- en cuyo centro se alzaba el montículo primordial sobre el que verosímilmente germinaba una mata de cebada como símbolo de la resurrección del dios Osiris.
Ramsés II levantó un pequeño templo al noroeste del de su padre. Este es notable por la excelente conservación del color de sus relieves, que pueden verse a plena luz del sol. La planta es muy similar a la del templo de Medinet Habu.